¿Cuánto había pasado, una o dos semanas? Tal vez una semana y tres días, eso si quería ser exacto. Kei contó los días como todos aquellos momentos en los que sus manos tocaron el cálido cuerpo del pequeño Ryutaro, quien parecía convertirse en adulto de una manera veloz. Recordar cómo sus yemas moldeaban aquel pecho, alrededor de esos pequeños pezones que se erizaban al hacer contacto con el frío aire de la temporada. Se podía pasar todo el día recordando todos los momentos que ha vivido junto a Ryutaro antes y después de la separación, aunque comenzaba a gustarle más el presente. No podía extrañar al inocente Ryutaro si frente a sus ojos tenía ese cuerpo retorciéndose en placer debido a sus caricias.

Estaba estudiando, o eso intentaba porque el recuerdo de Ryutaro no dejaba de invadir su cabeza, al punto de calentar su miembro el cual tiraba de la tela del pijama. Ya era de noche. Sus labores universitarias le impedían cualquier tipo de encuentro con Morimoto y para empeorar las cosas éste ni siquiera se daba el tiempo de buscarlo, tampoco era que le aburriera aquello. Kei ya no tenía problemas con buscarlo, nunca los tuvo ni se entristecía al no recibir mensajes del menor.
Eran las dos de la madrugada y su lámpara de escritorio alumbraba justo sobre su celular. No tenía que replantearse la idea de hacer una llamada pues Kei no tenía modales cuando de su pene se trataba, más si las palpitaciones y el calor eran tan intensos que lo desesperaba.

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