Las personas cambian, pero Daiki no quiere convencerse de eso.
Caminaba por la pandereta sin rumbo alguno, sólo esperaba encontrar comida para alimentar a su pobre estomago que pedía alimento desde que había salido de casa.
- Estúpido Kei –refunfuñaba sin dejar que sus puños se relajaran. Revelando sus pequeños pero puntiagudos colmillos al hacer muecas de disgusto.
Los postes de luz alumbraran poco a esa hora de la noche, haciéndole fácil el andar desnudo en la oscuridad. Sus piernas se movían perfectamente pisando cuidadosamente el cemento. Silencioso y atento a cualquier ruido cerca como cualquier felino.
Su nariz sintió el olor a comida. Adelantó su paso entrando a un callejón, pero al llegar se encontró a un gran grupo de gatos alrededor de las bolsas de basura. Dudó en acercarse. Aunque con ese cuerpo se veía alto y quizás fuerte, frente a un grupo tan numeroso de salvajes felinos de garras afiladas Daiki sentía miedo. Su manzana se movió de arriba abajo al tragar saliva. A paso lento se fue acercando y al primer maullido se detuvo. Todos lo miraban con esos ojos serios. Bajó de la pared y se acercó dos pasos más, pero para cuando quiso retroceder por el acercamiento de tres gatos ya no era posible. Sudó frió. Nunca debió acercarse, pero la culpa de todo esto la tenía Kei.
Definitivamente Daiki lo odiaba…
- Estúpido Kei –refunfuñaba sin dejar que sus puños se relajaran. Revelando sus pequeños pero puntiagudos colmillos al hacer muecas de disgusto.
Los postes de luz alumbraran poco a esa hora de la noche, haciéndole fácil el andar desnudo en la oscuridad. Sus piernas se movían perfectamente pisando cuidadosamente el cemento. Silencioso y atento a cualquier ruido cerca como cualquier felino.
Su nariz sintió el olor a comida. Adelantó su paso entrando a un callejón, pero al llegar se encontró a un gran grupo de gatos alrededor de las bolsas de basura. Dudó en acercarse. Aunque con ese cuerpo se veía alto y quizás fuerte, frente a un grupo tan numeroso de salvajes felinos de garras afiladas Daiki sentía miedo. Su manzana se movió de arriba abajo al tragar saliva. A paso lento se fue acercando y al primer maullido se detuvo. Todos lo miraban con esos ojos serios. Bajó de la pared y se acercó dos pasos más, pero para cuando quiso retroceder por el acercamiento de tres gatos ya no era posible. Sudó frió. Nunca debió acercarse, pero la culpa de todo esto la tenía Kei.
Definitivamente Daiki lo odiaba…